A todos los amantes de la literatura en sus distintas formas o variantes...
A ESE QUE CREE QUE ES EL REY [Mi poema]
Alfredo Saldaña [Poeta sugerido]
MI POEMA... de medio pelo |
Al rey o a ese que dice que es el rey El mismo que aceptando va la ley A aquel, el que de excrúpulos blasona Auriga que montado en su caballo |
MI POETA SUGERIDO: Alfredo Saldaña
INVIERNO
La palabra que se da
es la misma que nos pierde.
Deshacerse en la promesa
que se empeña,
darse por vencido
y, al abrir los ojos,
comenzar otra vez a cerrarlos,
encontrar en el asombro helado
el gesto que calma
y la fuente que perdura.
Encaramarse a lo alto
de una rama escrita sobre el agua
y dejarse arrastrar con ella
por la corriente
en el invierno asolado
de los muertos.
Entregarse a espuertas
retirándose hacia dentro,
lastimarse en el corazón del bosque
que los hombres ignoran,
seguir el curso del manantial
hacia la desembocadura
para encontrar el lugar
en donde sea posible
que hasta el centro
se sostenga en un vacío
La acción es el frío,
y el final como agua
desaparezca entre las manos.
Lo que es no está.
PENSAR EN UN HOMBRE
Al extremo de la quebrada
ha llegado un hombre
y se ha quedado sin lugar,
como si le faltara el aire
o un horizonte ante el que detenerse
y cerrar sus ojos,
como si intuyera que el trayecto
ha llegado a su fin
o imaginara que ese pedacito de tierra
está ahí para abrazarlo,
como si encontrara
el sentido de la migración
en el fondo de un cajón
olvidado y vacío.
Es un hombre que piensa
que algo ha terminado
para dar paso a otro aliento
que comienza en ese instante.
Pero hay otro hombre
que cae y, de alguna manera,
la temperatura del abismo
lo cuida y lo salva,
otro hombre
que con sus manos despedaza
las palabras y se consuela
con los fragmentos pisoteados
que encuentra bajo la hierba.
Pensar en un hombre
que se hunde
con los ojos abiertos
es velar su naufragio,
detener el vendaval que estalla
entre sus brazos quemados.
Pensar en ese o en otro hombre
al desplomarse
es acompañar su alud,
reunir algunas palabras
para colocarlas sobre las pérdidas
que sin quererlo caen al suelo
y nos abandonan,
se pisan, se rompen y se olvidan.
VIDA
Ser cruce en el sendero,
punto de fuga, ala que
al doblarse sostiene la caída.
Vivir es abandonarse,
abrir paso al desaliento
en el que resiste la plenitud de la nada,
pensar en una soledad lacustre
y sin regreso, liberarse
de la biografía al desertar
de ese país imaginario
que es el pasado, soltar lastre,
vencer la gravedad al tocar la luz,
estriar el cuerpo o la dirección
y retratarse en un marco vacío
suspendido en la pared,
sostener con la mirada
un mundo que se abisma
o perforar un pozo donde aguardan
las palabras que han brotado
para estar solas,
calmar la exigencia
de ser alguien.
Vivir es perderse
en el corazón pedregoso
del adentro,
caminar sin estrategia
La acción es el frío,
y sin un objetivo trazado,
como quien hace mucho tiempo
que ha renunciado
a marcar sus huellas
sobre el sendero, respirar
en el espacio que se abre
entre la pregunta y la respuesta,
escribir sin escribir
o transformarse en un texto rupestre
que pueda leerse bajo la lluvia,
a la intemperie,
demorar el relato
que ha de sellar
la piel rugosa y áspera
del acontecimiento.
Vivir es ausentarse,
desaparecer como quien
anochece entre las nubes,
se olvida de sí mismo
y se lastima al tropezar,
derrumbarse al romper el equilibrio
entre hablar o callar algo,
anidar como un pájaro
que aún se sostiene
entre las ramas de los árboles
al calor de una mudez
persistente y lacerada,
activar las células del frío
en la oquedad del páramo,
encontrar un lugar
donde nada quepa
La acción es el frío
en ningún sitio,
todo se borre al leerse
y un hombre
no sea más que un hombre
al acostarse sobre
la luminosa piel de la devastación.
Ser un anónimo,
el nombre de nadie, el sello
más extraño y más seguro.
El Delta
No es la tierra sino el agua lo que nos sostiene.
Es el cauce y no la casa lo que nos ancla.
Camino del Tigre, el tren pasa por Olivos y,
en su estación, escucho la voz de Porchia en un susurro:
“No es preciso marchar lejos para encontrarse.
Para perderse, basta con ir al encuentro de uno mismo”.
El río guarda en su corazón el aliento de la maga querandí.
Encontrarse y perderse son una y la misma cosa.
¿Qué pone
en juego
la pregunta
que no sea
la indecibilidad
errática
de una respuesta
imposible
de pronunciar,
el riesgo
de suplantar
el silencio anterior
al interrogante
con el rostro
sin sentido
del vacío
saturado
de vacío?
Y reconocer después, a punto ya de atravesar el umbral
que da paso al tiempo de las pérdidas y las reconciliaciones,
que a todo límite corresponde un punto de luz, el inicio
de un nuevo camino, una palabra envenenada por el buen sentido,
una estrella que guíe por los desiertos del frío
los pasos sin destino de todos nuestros muertos,
y ello para aceptar que el saber consiste antes que nada
en soltar lastre, para aprender por fin que el infinito es blanco
y mudo como el vacío y que la sombra y el desconcierto
delimitan con sus nombres las márgenes del camino,
la extensión de este desierto y la mirada que lo atraviesa,
la memoria irredimible de todos los vencidos.
*Del poemario Humus publicado por Eclipsados.