ROMANCE DEL ENAMORADO [Mi poema]
Ventura Ruiz Aguilera [Poeta sugerido]
Ventura Ruiz Aguilera [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
¡Ay que la vi, que la vi Ella me miraba a mí ¡Madre, me quiero morir, -Lo que te ha pasado a ti, Madre, no me haga sufrir, y no un simple frenesí, Hijo, vete ya a dormir, |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Ventura Ruiz Aguilera
Roncesvalles
Cuéntame una historia, abuela.
– Siglos ha, que con gran saña,
por esa negra montaña
asomó un Emperador.
Era francés, su vestido
formaba un hermoso juego;
capa de color de fuego
y plumas de azul color.
– ¿Y qué pedía?
– La corona de León.
Bernardo, el del Carpio, un día
con la gente que traía:
«¡Ven por ella!», le gritó…
De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
– ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!
– ¿Se acabó la historia, abuela?
– Allí, con fiel arrogancia,
los Doce Pares de Francia,
también estaban, también.
Eran altos como cedros,
valientes como leones;
cabalgaban en bridones,
sin igual en el correr.
– Sigue contando.
– Salió el mozo leonés,
Bernardo salió, y luchando
uno a uno fue matando,
y hubiera matado a cien.
De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
– ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!
– Me place la historia, abuela
– ¡Con qué ejército, Dios mío,
de tan grande poderío
llegó Carlo-Magno acá!
¡Qué de soldados! No tiene
más gotas un arroyuelo,
ni más estrellas el cielo,
ni más arenas la mar.
– ¿Y qué, triunfaron?
– Dios no los quiso ayudar
El alma les arrancaron
a sus pies los derribaron
como al roble el huracán.
De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
– ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!
– Prosigue la historia, abuela.
– Diz que dice un viejo archivo
que no quedó francés vivo
después de la horrenda liz.
Y así debió ser, pues vieron
al sol de estos horizontes
muchos huesos en los montes
y muchos buitres venir.
-¡Qué gran batalla!
-No fue menor el botín:
banderas, cotas de malla
y riquezas, y vitualla
se recogieron sin fin.
De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
– ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!.
– ¿Y el Emperador, abuela?
– Huyó sin un hombre luego,
la capa color de fuego
rota, y sin plumaje azul.
Bernardo, el del Carpio, torna
a Castilla, tras la guerra,
y al poner el pie en su tierra
lo aclama la multitud.
-¡Qué de alegrías!
– En verlas gozaras tú.
Hubo fiesta muchos días,
tamboriles, chirimías,
y canciones a Jesús.
De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
– ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles.
La Patria
Queriendo yo un dia
Saber qué es la Pátria,
Me dijo un anciano
Que mucho la amaba:
«La Patria se siente;
No tienen palabras
Que claro la expliquen
Las lenguas humanas.
»Allí, donde todas
Las cosas nos hablan
Con voz que hasta el fondo
Penetra del alma;
»Allí, donde empieza
La breve jornada
Que al hombre en el mundo
Los cielos señalan;
»Allí, donde el canto
Materno arrullaba
La cuna que el Ángel
Veló de la guarda;
LA GAITA GALLEGA.
ECO NACIONAL
A mi querido amigo D. Manuel Murguia.
I.
Cuando la gaita gallega
el pobre gaitero toca,
no sé lo que me sucede
que el llanto á mis ojos brota.
Ver me figuro á Galicia
bella, pensativa y sola,
como amada sin su amado,
como reina sin corona.
Y aunque alegre danza entone
y dance la turba loca,
la voz del grave instrumento
suéname tan melancólica,
á mi alma revela tantas
desdichas, penas tan hondas,
que no sé deciros
si canta ó si llora.
II.
Recuérdame aquellos cielos,
y aquellas dulces auroras,
y aquellas verdes campiñas,
y el arrullo de sus tórtolas;
y aquellos lagos, y aquellas
montañas que al cielo tocan,
todas llenas de perfumes,
vestidas de flores todas,
donde Dios abre su mano
y sus tesoros agota:
mas ¡ay! como me recuerda
tambien que hay allí quien dobla,
en medio de la abundancia,
al hambre la frente torva,
no acierto á deciros
si canta ó si llora.
III.
Suena, y cruzan por mi espíritu
puras, risueñas y hermosas,
las sombras de los cien puertos
de que Galicia es señora.
Y lentamente pasando,
como ciudades que flotan,
van sus cien naves soberbias
al ronco son de las olas:
mas ¡ay! como en ellas veo,
con el oro de sus costas,
sus tiernos hijos desnudos
que miran tristes á Europa,
pidiendo su pan amargo
á la América remota,
no acierto á deciros
si canta ó si llora.
IV.
¡Pobre Galicia!… Tus hijos
huyen de ti, ó te los roban,
llenando de íntima pena
tus entrañas amorosas.
Y como á párias malditos,
y como á tribus de ilotas
que llevasen en el rostro
sello de infamia ó deshonra,
¡ay! la pátria los olvida,
la pátria los abandona,
y la miseria y la muerte
en su hogar desierto moran.
Por eso, aunque en son de fiesta
la gaita gallega se oiga,
no acierto á deciros
si canta ó si llora.
V.
¡Espera, Galicia, espera!
lleva la cruz que te agovia,
regando con sangre y lágrimas
esa via dolorosa.
¡Tendrás sed…! Hiel y vinagre
te darán con mano pródiga,
y, con corona de espinas,
cetro de caña por mofa;
pero los tiempos se acercan
y cuando suene tu hora
feliz subirás y grande
á la cumbre de la gloria.
Hoy si la gaita gallega
el pobre gaitero toca,
no acierto á decíros
si canta ó si llora.
1860.
Epístola (Poema)
O arrojará cobarde el limpio acero
Mientras oiga el clarín de la pelea.
Soldado que su honor conserve entero;
Ni del piloto el ánimo flaquea
Porque rayos alumbren su camino
Y el golfo inmenso alborotarse vea.
¡Siempre luchar!… Del hombre es el destino;
Y al que impávido lucha, con fe ardiente.
Le da la gloria su laurel divino.
Por sosiego suspira eternamente;
Pero ¿dónde se oculta, dónde mana
De esta sed inmortal la ansiada fuente? …
En el profundo valle, que se afana
Cuando del año la estación florida
Lo viste de verdura y luz temprana;
En las cumbres salvajes, donde anida
El águila, que pone junto al cielo
Su mansión de huracanes combatida.
El límite no encuentra de su anhelo;
Ni porque esclava suya haga la suerte.
Tras íntima inquietud y estéril duelo.
Aquél sólo el varón dichoso y fuerte
Será, que viva en paz con su conciencia
Hasta el sueño apacible de la muerte.
¿Qué sirve el esplendor, qué la opulencia.
La oscuridad, ni holgada medianía.
Si a sufrir el delito nos sentencia?
Choza del campesino, humilde y fría.
Alcázar de los reyes, corpulento.
Cuya altitud al monte desafía.
Bien sé yo que, invisible como el viento.
Huésped que el alma hiela, se ha sentado
De vuestro hogar al pie el remordimiento.
¿Qué fué del corso altivo, no domado
Hasta asomar de España en las fronteras
Cual cometa del cielo desgajado?
El poder que le dieron sus banderas
Con asombro y terror de las naciones
¿Colmó sus esperanzas lisonjeras?…
Cayó; y entre los bárbaros peñones
De su destierro, en las nocturnas horas
Le acosaron fatídicas visiones;
Y diéronle tristeza las auroras,
Y en el manso murmullo de la brisa
Voces oyó gemir acusadoras.
Más conforme recibe y más sumisa
La voluntad de Dios, el alma bella
Que abrojos siempre lacerada pisa.
…..
Huya de las ciudades el que intente
Esquivar la batalla de la vida
Y en el ocio perderla muellemente;
Que a la virtud el riesgo no intimida;
Cuando náufragos hay, los ojos cierra
Y se lanza a la mar embravecida.
Avaro miserable es el que encierra
La fecunda semilla en el granero.
Cuando larga escasez llora la tierra.
Compadecer la desventura quiero
Del que, por no mirar la abierta llaga.
De su limosna priva al porDiosero.
Ebrio, y alegre, y victorioso vaga
El vicio por el mundo cortesano:
Su canto de sirena ¿a quién no embriaga?
Los que dones reciben de su mano
Himnos alzan de júbilo, y de flores
Rinden tributo en el altar profano.
En tanto, de la fiesta a los rumores,
Criaturas sin fin, herido el seno,
Responden con el ¡ay! de sus dolores.
Mas el hombre de espíritu sereno
Y de conciencia inquebrantable (roca
Donde se estrella, sin mancharla, el cieno
La horrible sien del ídolo destoca,
Y con acento de anatema inflama
Tal vez en noble ardor la turba loca.
Jinete de experiencia y limpia fama.
Annado va de freno y dura espuela
Donde una voz en abandono clama;
De heroica pasión en alas vuela,
Y en ella clava el acicate agudo
Por acudir al mal que le desvela.
Si un instante el error cegarle pudo,
Los engañosos ímpetus reprime,
Y es su propia razón freno y escudo.
Sin tregua combatir por el que gime;
Defender la justicia y verdad santa.
Llena la mente de ideal sublime;
Caminar hacia el bien con firme planta,
A la edad consolando que agoniza,
Apóstol de otra edad que se adelanta,
Es empresa que al vulgo escandaliza;
Por loco siempre o necio fué tenido
Quien lanzas en su pro rompe en la liza.
Si a tierna compasión alguien movido
Vió al generoso hidalgo de Cervantes,
¡Cuántos con risa, viéronle caído!
Acomete a quiméricos gigantes,
De sus delirios prodigiosa hechura,
Y es de niños escarnio y de ignorantes.
Mas él, dándoles cuerpo, se figura
Limpiar de monstruos la afligida tierra,
Y llanto arranca al bueno su locura.
Así debe sufrir, en cruda guerra,
(Sin vergonzoso pacto ni sosiego)
Contra el mal, que a los débiles aterra,
El que abrasado en el celeste fuego
De inagotable caridad, no atiende
Sólo de su interés el torpe ruego.
Árbol de seco erial, las ramas tiende
Al que rendido liega de fatiga,
Y del sol, cariñoso, le defiende.
Él sabe que sus frutos no- prodiga
Heredad que se deja sin cultivo;
Sabe que del sudor brota la espiga,
Como de agua sonoro raudal vivo,
Si del trabajo el útil instrumento
Hiende la roca en que durmió cautivo.
¡Oh del bosque anhelado apartamiento,
Cuyos olmos son arpas meloDiosas
Cuando sacude su follaje el viento!
¡Oh fresco valle, donde crecen rosas
De perfumado cáliz, y azucenas.
Que liban las abejas codiciosas!
¡Oh soledades de armonías llenas!
En vano me brindáis ocio y amores,
Mientras haya un esclavo entre cadenas.
Que aun pide con sacrilegos rumores
Ver libre a Barrabás la muchedumbre
Y alzados en la Cruz los redentores.
Que del sombrío Gólgota en la cumbre.
Regada con la sangre del Cordero
Sublime en humildad y mansedumbre,
Mártires ¡ay! aun suben al madero
Que ha de ser, convertido en árbol santo,
Patria y hogar del universo entero.
Padecer es vivir; riego es el llanto
A quien la flor del alma, con su esencia
Debe perpetuo y virginal encanto.
Amigos, bendecid la Providencia
Si mandare a la vuestra ese rocío,
Y nieguen los malvados su clemencia.
¡Qué alegre y qué gentil llega el navio
Al puerto salvador, cuando aun le azota
Con fiera saña el huracán bravio!
Así el justo halla al fin de su derrota
Por el mar de la vida proceloso,
Del claro cielo en la extensión remota
Puerto seguro y etemal reposo.