MAL DE AMORES [Mi poema]
Guillermo Prieto [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Ayer pasé a tu lado, tus ojos denostaban
que tienes una pena que nunca se ha curado,
quisiste a mi esquivarme mirando hacia otro lado
mas yo, muchacha triste, los vi como lloraban.

Que tienes mal de amores no puedes ocultarlo
por mucho que te esfuerces se nota en tu semblante,
la flor que está marchita se torna acidulante,
el fuego si encendido difícil de apagarlo.

Que amores hay, se sabe, fenecen de tristeza
-yo un día tuve un sueño que no debí soñar-,
un beso que me amaba llevándome al altar
se fue sin rechistar, jugó con mi flaqueza.

Que amores y los sueños van juntos de la mano
por mucho que lo intentes no los podrás soltar,
evita, niña triste, que puedas naufragar
hurgando en otro hogar que encuentres más cercano.

Seguir no trae a cuenta, lo dice la experiencia
-la mancha de una mora con mora, otra, se quita-
no debes de regarla si ves que está marchita
que el mal solo se cura a base de paciencia.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Guillermo Prieto

CÓMO SERÁ EL MAR

Tu nombre ¡o mar! en mi interior resuena;
despierta mi cansada fantasía:
conmueve, engrandece al alma mía,
de entusiasmo férvido la llena.

Nada de limitado me comprime,
cuando imagino contemplar tu seno;
aludo, melancólico y sereno,
o frente augusta; tu mugir sublime.

Serás ¡oh mar! magnifico y grandioso
cuando duermas risueño y sosegado;
cuando a tu seno quieto y dilatado
acaricie el ambiente delicioso?

¿Cuando soberbio, ardiente, enfurecido
gimiendo te abalances hasta el cielo:
cuando haga retemblar al ancho cielo
de tus inquietas aguas el bramido?

Dulce será la luz del claro día
si en tus diáfanas ondas reverbera;
grata el aura y la roca que altanera
tus impulsos vehementes desafía.

Creo ver en tu imperio turbulento
la excelsa eternidad en su palacio,
dominando en el mundo y el espacio,
midiendo la extensión del firmamento.

De la divinidad eres idea;
del mundo miserable poesía
la dulce admiración del alma mía;
con tu vista el Eterno se recrea.

La rama de la playa, que distante
en tu inquieta extensión vaga perdida,
como el recuerdo triste de la vida
en la mente del hombre agonizante.

De la luna fulgente la luz pura,
al través de la nube borrascosa,
cual memoria de madre cariñosa
en medio de 1a amarga desventura.

De embarcación el mísero deshecho
que gire por tu seno sosegado,
como presentimiento desgraciado
que hace agitar del navegante el pecho.

Todo, todo lo harás interesante:
¿no te habré de admirar? ¿Será vedado
a mis oídos tu mugir sagrado
Y siempre, siempre te tendré distante?

¿La mano del dolor que me comprime,
a perecer cautivo me destina
entre paredes de ciudad mezquina
sin venerar tu majestad sublime?

¿O a ti, me llevará la suerte impía,
cubierto de dolor, sin tener padre;
sin mi dulce adorada; sin mi madre,
lanzado, ay triste, de la patria mía?

Al mar

Te siento en mí: cuando tu voz potente
Saludó retronando en lontananza,
Se renovó mi ser; alcé la frente
Nunca abatida por el hado impío
Y vibrante brotó del pecho mío
Un cántico de amor y de alabanza.

Te encadenó el Señor en estas playas
Cuando, Satán del mundo,
Temerario plagiando el infinito,
Le quisiste anegar, y en lo profundo
Gimes ¡oh mar! en sempiterno grito.

Tú también te retuerces cual remedo
De la eterna agonía;
También, como al ser mío,
La soledad te cerca y el vacío;
Y siempre en inquietud y en amargura,
Te acaricia la luz del claro día,
Te ven los astros de la noche oscura.

A mí te vi venir, como en locura,
Desparcido el cabello de tus ondas
De espuma en el vaivén, como cercada
De invisibles espíritus, llegando
De abismos ignorados clamando
En acentos humanos que morían
Y el grito y el sollozo confundían.

A mí te vi venir ¡oh mar divino!
Y supe contener tanta grandeza,
Como tiembla la gota de la lluvia
En la hoja leve del robusto encino!

Eres sublime ¡oh mar! Los horizontes
Recogiendo las alas fatigadas,
Se prosternan a ti desde los montes.

Prendida de tus hombros la luz bella
Forma los pliegues de tu manto inmenso.
Entre la blanca bruma
Se perciben los tumbos de tus ondas,
Cual de hermosa en el seno palpitante
Los encajes levísimos de espuma.

Si te agitas, arrojas de tu seno
En explosión tremenda las montañas,
Y es un remedo de la brisa el trueno,
Terrible mar, si gimen tus entrañas.

¿Quién te describe ¡oh mar! cuando bravía,
como mujer celosa,
en medio de tu marcha procelosa
el escollo tus iras desafía?

Vas, te encrespas, te ciñes con porfía,
Retrocedes rugiente,
Y del tenaz luchar desesperada,
Te precipitas en su negro seno
Despedazando tu altanera frente.

En tanto, el viento horrible,
Arrastrando al relámpago y al rayo,
Cimbra el espacio, rasga el negro velo
De la tiniebla, se prosterna el mundo
Y un siniestro contento se percibe
¡oh mar! en lo profundo,
cual si con esa pompa celebraras,
entre el eterno duelo,
tus nupcias con el cielo!

Cansada de fatiga, cual si el aura
Tierna te prodigara sus caricias,
A su encanto dulcísimo te entregas,
Clamas tu enojo, viertes tus sonrisas,
Y como niña con las olas juegas
Cuando te dan su música las brisas.

Tú eres un ser de vida y de pasiones:
Escuchas, amas, te enloqueces, lloras,
Nos sobrecoges de terrible espanto,
Embriagas de grandeza y enamoras.

Cuando por vez primera ¡oh mar sublime!
Me vi junto a ti, como tocando
El borde del magnífico infinito,
Dios, clamó el labio en entusiasta grito:
Dios, repitió tu inquieta lontananza:
Y dios, me pareció que proclamaban
Las ondas, repitiendo mi alabanza.

Entonces ¡ay! La juventud hervía
En mi temprano corazón; la suerte,
Cual guirnalda de luz, embellecía
La frente horrible de la misma muerte.

Y grande, grande el corazón, y abierto
Al amor, a la patria y a la gloria,
Émulo me sentí de tu grandeza
Y mi orgullo me daba la victoria.
Entonces ¡ay! En la ola que moría
Reclinaba en la arena sollozando
Recordaba el mirar de mi María,
Sus lindos ojos y su acento blando.

Si una huérfana rama atravesaba,
Juguete de las ondas, cual yo errante,
Lejos de su pensil y de su fuente,
La saludaba con mi voz amante,
La consolaba de la patria ausente.

Si el pájaro perdido iba siguiendo
Rendido de fatiga, mi navío,
¡cuánto sufrir, Dios mío!
Su ala se plega, aléjase la nave,
Y se esfuerza y se abate y desfallece,
Y convulso, arrastrándose en las ondas,
El hijo de los bosques desaparece.

En tanto, tus inmensas soledades
La gaviota recorre, desafiando
Las fieras tempestades.
Entonces, en la popa, dominando
La inmensa soledad, me parecía
Que una voz a lo lejos me llamaba
Y acentos misteriosos me decía:
Y yo le preguntaba:
¿Quién eres tú? ¿De la creación olvido,
te quedaste tus formas esperando
engendro indescifrable, en agonía
entre el ser y el no ser siempre luchando?
¿Al desunirse de la tierra el cielo
en tus entrañas refugiaste el caos?
¿O, mágica creación, rebelde un día,
provocaste a tu Dios; se alzó tremendo;
sobre tu frente derramó la nada,
y te dejó gimiendo
a tu muro de arena encadenada?

¿O, promesa de bien, en tus cristales
los átomos conservas que algún día,
cuando la tierra muera,
produzcan con encantos celestiales
otra luz, otros seres, otro mundo,
y entonces nuestro suelo
a tus plantas, se llame mar profundo
en que retrate su grandeza el cielo?

Hoy llegué junto a ti como otro tiempo
Siguiendo ¡oh Libertad! Tu blanca estela;
Hoy llegué junto a ti cuando se hundía
En abismos de horror y de anarquía
La linfa de cristal de mi esperanza;
Porque eres un poema de grandeza,
Porque en ti el huracán sus notas vierte,
Luz y vida coronan tu cabeza,
Tienen por pedestal tiniebla y muerte.

Nadie muere en la tierra; allí se duerme
De tierna madre en el amante pecho:
Velan cipreses nuestro sueño triste,
Y riegan flores nuestro triste lecho.
Solitaria una cruz dice al viajero
Que pague su tributo
De lágrimas y luto,
En el extenso llano y el sendero.

En ti se muere ¡oh mar! Ni la ceniza
Le das al viento: en ola que sepulta
La rica pompa de poblada nave,
Nada conserva las mortales huellas;
Se pierden. . . y en tu seno indiferente
Nace la aurora y brillan las estrellas.

A ti me entrego ¡oh mar! roto navío,
Destrozado en las recias tempestades,
Sin rumbo, sin timón, siempre anhelante
Por el seguro puerto,
Encerrando en mi pecho dolorido
Las tumbas y el desierto. . .

Pero humillado no; y en mi fiereza
A ti tendiendo las convulsas manos,
Sintiendo en ti de mi alma la grandeza
Y ahogando mi tormento,
Le pido a Dios la paz de mis hermanos;
Y renuevo mi augusto juramento
De mi odio a la traición y a los tiranos.

Ensueños

Eco sin voz que conduce
El huracán que se aleja,
Ola que vaga refleja
A la estrella que reluce;
Recuerdo que me seduce
Con engaños de alegría;
Amorosa melodía
Vibrando de tierno llanto,
¿qué dices a mi quebranto,
qué me quieres, quién te envía?

Tiende su ala el pensamiento
Buscando una sombra amiga,
Y se rinde de fatiga
En los mares del tormento;
De pronto florido asiento
Ve que en la orilla aparece,
Y cundo ya desfallece
Y más se acerca y le alcanza,
Ve que su hermosa esperanza
Es nube que desaparece.

Rayo de sol que se adhiere
A una gota pasajera,
Que un punto luce hechicera
Y al tocar la sombra muere.
Dulce memoria que hiere
Con los recuerdos de un cielo,
Murmurios de un arroyuelo
Que en inaccesible hondura
Brinda al sediento frescura
Con imposible consuelo,

En inquietud, como el mar,
Y sin dejar de sufrir,
Ni es mi descanso dormir,
Ni me consuela llorar.
En vano quiero ocultar
Lo que el pecho infeliz siente;
Tras cada sueño aparente,
Tras cada mentida calma,
Hay más sombras en el alma,
Más arrugas en la frente.

Si bien entra este empeño
En que tan doliente gimo
La esperanza de un arrimo,
De un halago en un ensueño,
Si de mí no siendo dueño
Sonreír grato me veis,
Os ruego que recordéis
Que estoy de dolor rendido. . .
Pasad. . . dejadme dormido. . .
Pasad. . . ¡no me despertéis!

Cantares

Yo soy quien sin amparo cruzó la vida
En su nublada aurora, niño doliente,
Con mi alma herida,
El luto y la miseria sobre la frente;
Y en mi hogar solitario y, agonizante,
Mi madre amante.

Yo soy quien vagabundo cuentos fingía,
Y los ecos del pueblo que recogía
Torné en cantares;
Porque era el pueblo humilde toda mi ciencia
Y era escudo, en mis luchas con la indigencia,
De mis pesares.

La soledad austera y el libre viento
Le dieron a mi pecho robusto aliento,
Fiera entereza;
Y así tuvo mi lira cantos sentidos,
En lo íntimo de mi alma sordos gemidos
De mi pobreza.

La nube quien volaba con alas de oro,
La tórtola amorosa que se quejaba
Como con lloro;
El murmullo del aura que remedaba
Las voces expresivas del sentimiento
Cobijó mi acento.

Y el bandolón que un barrio locuaz conmueve,
Y el placer tempestuoso con que la plebe
Muestra contento;
Sus bailes, sus cantares y sus amores,
Fueron luz arroyuelos, aves y flores
De mi talento.

Cantando ni yo mismo me sospechaba
Que en mí, la patria hermosa con voz nacía,
Que en mí brotaba
Con sus penas , con sus gloria s y su alegría,
Sus montes y sus lagos, su lindo cielo,
Y su alma que en perfumes se esparcía.

Entonces a la choza del jornalero,
Al campo tumultuoso del guerrillero
Llevé mis sones;
Y no a regias beldades ni peregrinas,
Sino a obreras modestas, a alegres chinas
Di mis canciones.

¡Oh patria idolatrada, yo en tus quebrantos,
ensalcé con ternura tus fueros santos,
sin arredrarme;
tu tierra era mi carne, tu amor mi vida,
hiel acerba en tus duelos fue mi bebida
para embriagarme!

YO tuve himnos triunfales para tus muertos,
Mi voz sembró esperanzas en tus desiertos
Y, complaciente,
A la tropa cansada la consolaba,
Y oyendo mis leyendas me reanimaba
Riendo valiente.

Hoy merezco recuerdo de ese pasado
de luz y de tinieblas, de llanto y gloria;
soy un despojo, un resto casi borrado
de la memoria. . .

Pero esta pobre lira que está en mis manos,
Guarda para mi pueblo sentidos sones;
Y acentos vengadores y maldiciones;
A sus tiranos. . . ¡

Décimas Glosadas

Pajarito corpulento,
Préstame tu medecina
Para curarme una espina
Que tengo en el pensamiento,
Que es traidora y me lastima.

Es de muerte la aparencia
Al dicir del hado esquivo;
Pero está enterrado vivo
Quien sufre males de ausencia.
¿cómo hacerle resistencia
a la juerza del tormento?
Voy a remontarme al viento
Para que tú con decoro
Digas a mi bien que lloro,
Pajarito corpulento.

Dile que voy tentalenando
En lo oscuro de mi vida,
Porque es como luz perdida
El bien por que estoy penando.
Di que me estoy redibando
Por su hermosura devina,
Y, si la mirares fina,
Pon mi ruego de por medio,
Y dí: “Tú eres su remedio;
Préstame tu medecina.”

El presil tiene sus flores
Y el manantial sus frescuras,
Y yo todas mis venturas y sus alegres amores
Hoy me punzan los dolores
Con terquedá tan indiana,
Que no puedo estar ansina.
Aigre, tierra, mar y cielo,
¿quién quire darme un consuelo
para curarme una espina?

Es la deidad que yo adoro,
Es mi calandria amorosa,
Mi lluvia de hojas de rosa
Y mi campanita de oro.
Hoy su perdido tesoro
Me tiene como en el viento,
Sin abrigo, sin asiento:
Su recuerdo de ternura
Es como una sepultura
Que tengo en el pensamiento.

Es mirar la que era fuente
Hoyo espantable y vacío;
Es ver cómo mató el frío
La mata airosa y potente;
Es un sentir redepente
A la muerte que se arrima,
Es que tiene mi alma encima
Una fantasma hechicera
Que me sigue adonde quiera,
Que es traidora y me lastima.

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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