HABLEMOS CON FRANQUEZA [Mi poema]
Álvaro Urtecho [Poeta sugerido]
Álvaro Urtecho [Poeta sugerido]
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MI POEMA …de medio pelo |
Hablemos con franqueza. Medias tintas Hablemos como Dios nos trajo al mundo Hablemos alto y claro. Sin ambages, Si tú al igual que yo vamos deprisa |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Álvaro Urtecho
LÁZARO
El seco estrépito
de un repentino alzarse de palomas
estremeció mis pasos.
Fue como si algo
se me escapará de la carne,
sorprendida su raíz.
Como si al muerto que guardo
le levantaran la losa y por el mundo
caminara ya sin nada entre las manos.
SABADO A MEDIODIA
Azorado, ceñido el corazón a sus imágenes,
frente al intenso resplandor del sol
que se endurece entre el tejado de zinc
y los cables del alumbrado público,
piensa en la ciudad en que ahora vive
y se sabe, como en todas, extranjero.
piensa en la lentitud del mundo,
y las cosas rotundas que ha visto.
Símbolos, seres, signos. Todo tan real:
el paso de los años, el rito de los hijos
enterrando a sus padres, tántos
cuerpos amados, sus bocas olvidades,
la dulzura del niño perdido, el fragor,
el oscuro designio, la incandescencia
Reclama un horizonte que no lo petrifique,
una patria florida y generosa que dé amor
a sus hijos, un color, un movimiento
para la imaginación.
Cree que hay un lugar
donde él iría, un oculto lugar en un bosque,
Se siente allí, se imagina una senda esencial:
una cierta vereda con muy pocas figuras
en la bruma lechosa, un breve cementerio,
una fronda cercana de ondulados rumores
y ladridos y voces y campanas fluyendo
de otros tiempos como sangre…
Se sabe
tenebroso, es cierto y siente
como le crece por dentro la condena.
Amor eterno
(En memoria de Rocío Dúrcal)
A Carlos Garzón,
amante del cante y del diamante
Álvaro urtecho
La muchacha andaluza, victoriosa
en tantísimas hazañas del canto:
del cante jondo al pasodoble,
de la gutural canción de barrio madrileño
a la balada y al rock.
La muchacha andaluza briosa, gitana,
sensual, entrando a la gran muerte mexicana
del huapango en la Capilla de Guadalupe,
al saludo de su Juan Gabriel, a su falsete,
a sus trajes verdes de velo y lentejuela
que arden hoy, en la urna carnal de su ceniza.
La corona de espinas
Desde que vi, en la primera iglesia
-vecina de la casa en donde cantaron
los gallos de mi nacimiento junto
a la sonrisa inclinada y curiosa
de mi madre-, la faz de Jesucristo,
su corona de espinas, no he dejado
de buscar nunca a ese hombre,
la suma toda del dolor humano,
la suma de lo que no dijeron
ni griegos ni romanos, ni el judío
fariseo envuelto en su traje lujoso
de Pontífice dictaminando la Ley
y la Norma como después en las
capillas augustas del Vaticano.
La suma del dolor, de la pregunta
inquisitiva alzada al cielo desde
el peso del madero sangrante,
oloroso, para mí, a corozo e incienso,
la suma de todo lo que nos atañe
más allá de las eras con sus dioses
circulando y asentándose en altares,
deshaciéndose en oros y monedas.
¿Dónde habitas, Cristo nuestro,
dónde está tu primera y última
pregunta y tu corona umbilical
de espinas? ¿Eres el hombre
que habitamos, el hombre que
asesinan e incineran todos los días?
Inútil es recordar tu sufrimiento
que escribas y escribanos guardan
como una efemérides más en los
calendarios del César y sus sátrapas
de ayer y de ahora. Tú no existes,
Jesús, Nazareno, como algo fuera
de nosotros, como algo impuesto
por los perros guardianes de la
Fe ortodoxa en su euforia triunfante.
Tú estás en nuestras venas, eres
la sangre que alimenta nuestro
anhelo de protesta y rebelión.
Eres el vino que apuramos
y la embriaguez compartida.
Eres, en nuestra tarde que declina,
en nuestra noche poblada de
fantasmas y temores, el hombre
que somos, el rostro que nos
duplica en el espejo, el encarnado
en las vértebras y en los corazones
que resucitarán algún día cuando
sean dados todos los abrazos
y los besos que no pudimos dar.
Tarde
La tarde ronda siempre la infinidad
del día. Un límite de muerte
que nos recuerda el fin de toda cosa,
el color, los colores que se apagan,
los labios abrevando en la marea baja,
el cansancio del párpado y del cuerpo
buscando la sombra de la cueva,
el café con su leche, la poción
silenciosa, el lomo de los libros
intocados esperando la mano
que los abra y descifre.
Yo me envuelvo
en la tarde presintiendo a lo lejos
la miel densa de los hondos panales,
anhelando los besos que se podrían dar
y que nunca se han dado, y contemplando
al mundo que pasa inflamado de máscaras
con su noticia vil que se borra al instante.
Segundo poema de la espera – José Ángel Buesa
Por un agua de hastío voy moviendo estos remos,
que pasan tanto al irme y tan poco al volver;
pero quizá un día no nos separaremos,
mujer mía y ajena, como el amanecer.No importa que me quede ni importa que me vaya,
mientras pasan las nubes sin dejar de pasar,
porque tu corazón es igual que una playa,
que, pudiendo ser tierra, nunca llega a ser mar.Tu amor nunca responde cuando mi amor te nombra;
tu amor, que sin ser mío, tantas veces perdí;
y yo empuño los remos y viajo hacia las sombras,
pues todo se hace sombra si estoy lejos de ti.Filibustero loco tras el botín de un beso,
viajo por aguas tristes que me entristecen más;
pero tu amor es siempre camino de regreso,
mujer que nunca llegas y que nunca te vas.Tu amor es un remoto país desconocido,
más allá del mañana, más allá del ayer;
y ya sólo recuerdo las veces que me he ido
recordando las veces que tuve que volver.Hay virtudes tan tristes, que es mejor ser culpable,
y más si es una culpa de amor amarte así;
pero, si en nuestras vidas hay algo inevitable,
inevitable tú serás para mí.Ya me duelen las manos de remar en mi hastío;
pero yo sé que un día dejaré de remar,
y he de mirar el mundo como si fuera mío,
y romperé los remos en la orilla del mar…