AMAR NO ES FÁCIL [Mi poema]
Carlos Roxlo [Poeta sugerido]

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MI POEMA… de medio pelo

 

Que amar no es fácil. Amar, ¿a quién, a Dios?
quizás sea mejor amar al diablo
que encuentre en la pared o en un retablo,
o paso de puntillas por los dos
a expensas de sufrir un descalabro.

Que amar se dice bien más no es lo mismo
ser feliz que sufrir un desencanto,
amar a quien zahiere, amar a un santo,
aunque así te lo indique el catecismo
o haciendo tú lo mismo yo abrillanto.

Pues nunca supe amar, eso me dicen,
quienes son propietarios del amor,
que tienen en su entorno, alrededor,
y a todo lo que ven ellos bendicen
aunque sufran difteria por su hedor.

Amar la juventud, amar las flores,
las aves variopintas con su canto,
quien quiera que se arrope con su manto,
olores, fantasías y colores
y ser siempre feliz amando tanto.
©donaciano bueno

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MI POETA SUGERIDO:  Carlos Roxlo

La Cruz del Sur

Cuando las carabelas rechinantes
Y con todo su lienzo desprendido,
Entraban ya del mar desconocido
En las verdes planicies ondulantes,

Se hincaron con pavor los navegantes
Del casco férreo y del arnés bruñido,
Al sentir en su rostro ensombrecido
La llamarada azul de tus brillantes.

Así que tu fulgor brilló en sus golas,
¡Cruz del altar del mundo americano!
Le dijeron las brisas y las olas

Al león rujiente del escudo hispano.
Que si tú sus espumas arrebolas, \
¡Canta a la libertad nuestro Océano!

El Ceibo

En tus ramos entona gallardamente
La canción de sus zumbos la lechiguana,
Y les presta á las luces del sol poniente
Sus reflejos de lacre, tu flor boscana.

Tus capullos relumbran, como rubíes,
Cuando el sol de las doce los campos tuesta,
Y en tus frescos capullos los mainumbíes,
Como en rojos divanes, duermen la siesta,

¡ Con tus cálices siempre de azúcar llenos,
Con tus verdes y lindas hojas aovadas,
Eres el estandarte de los serenos
Estíos de mis frondas embalsamadas!

¡Cuando un cintón florido de tu ramaje
Forma cerco a una virgen cara trigueña,
De mi ronca guitarra todo el cordaje
Con ardientes coloquios de amores sueña!

¡Testigo palpitante de las hazañas
Y los rudos blasones de nuestra historia,
Tu púrpura encendida tiñes y bañas
En los flecos del astro de nuestra gloria!

¡Del fogón de tus ramas junto al rescoldo,
Cuando el postrer reflejo triste fluctúa,
Llora sobre las muertas dichas del toldo
El espíritu errante de algún charrúa!

Andresillo

“La Libertad”, “El Pueblo”, iba gritando
Por calles y por plazas,
Cuando el jardín se cubre de heliotropos,
De azules lirios y de rosas pálidas.
“La Libertad”, “El Pueblo”, repetía
Sobre el fango y la escarcha
Cuando tiemblan los árboles desnudos
Y se encorvan las ramas.

Descalzo, el cuello al aire, mal prendido
El pantalón que a la rodilla alcanza;
Sobre el cabello inculto, vieja boina
De dudoso color y rota malla;
Trigueño, endeble, sin descanso y ágil,
Por calles y por plazas,
A la lluvia y al viento,
Sobre el fango y la escarcha
Iba gritando con su voz ya ronca:
“La Igualdad”, “La República”, “La Patria”.

II
Se llamaba Andresillo y contaría
Diez primaveras a lo más; su infancia
Fué una penumbra dolorosa y triste,
Como aurora de un día de borrasca;
Un pasaje del Dante; una tragedia
Escondida en la bolsa de una larva.
Recogido del suelo del suburbio,
Hijo de la embriaguez y de la infamia,
Creció entre golpes y denuestos, sólo,
Sin escuchar jamás esas palabras
Que parecen el salmo de las cunas
Y que las madres verdaderas cantan.

No le vieron jamás sus compañeros
En los alegres corros de la playa;
Ni precedió a las tropas en revista,
Al vivo son de la marcial charanga;
Ni merodeó jamás en los frutales
Que la ciudad circundan, ni su charla
Hizo sonreír al viejo transeúnte
Que junto al grupo de chicuelos pasa.

Creció en un antro, conociendo el hambre;
Junto a un hogar sin llamas,
Y apenas supo andar, sus manecitas,
¡Sus manecitas por el frío cárdenas!
Ofrecieron temblando al pasajero
Esas hojas inmensas en que vagan
En orden apiñado
Las líneas negras y las líneas blancas.
Vendiese poco o mucho, eran los golpes
La recompensa diaria;
Y fuerza fue agotar la mercancía;
Gritar “El Porvenir”, “La Democracia”,
“El Progreso”, “La Idea”, con voz ronca,
Bien estridente, alta,
Para aplacar la furia del verdugo,
De la mujer salvaje y sin entrañas,
Que adoptó porque sí, por hacer algo
Al hijo del misterio y de la crápula.

Si el niño – ¡Perdón madre! – le decía
Deshaciéndose en lágrimas,
Aquella furia contestaba alzando
Su diestra de giganta:
-iTu madre fue una horrible mujerzuela!…
¡No me llames así!. . . ¡Duérmete y calla!-
En tanto un hombre, que paseaba ebrio
Por la mísera estancia, Azuzaba a la bruja murmurando:
-Haces bien: ¡que se duerma o que se vaya!-

Así pasó del huérfano
La dolorosa infancia:
¡La infancia de Andresillo, un condenado
De que el Dante no habla!

III
Una noche de invierno, triste y fría;
Noche de lluvia sepulcral y opaca,
Andrés enfermo, pero alegre y ágil,
Volviendo a su prisión cruza una plaza.
No es fácil que le peguen; ha vendido
Cuanto quiso vender, y aun cuando se halla
Con fiebre y muy cansado, sólo el frío
De la lluviosa noche le acobarda.

De pronto oye un sollozo; es una niña
Huérfana como él; como él oleada
Del fango, de la sombra y compañera
De oficio y correrías. -¿Qué te pasa?
¿Por qué lloras?- le dice, y sollozando
La pequeñuela exclama:
-¡Que no pude vender todos los números
Y me van a matar! – ¡Mi pobre Paula!
¿También a ti te pegan? -¡Es por eso
Que tengo miedo de volver a casa!

-¿Cuántos números tienes? – Andrés dijo
-¡Ocho! – responde la pequeña. ¡Oh santa
Compasión del insecto por el átomo!
Andresillo infeliz la frente baja,
Compra los ocho números y sigue
El camino que lleva a su morada,
Calculando los golpes que le esperan,
Llena de angustia el alma,
¡Mientras que de rodillas en la noche.
Sobre las nubes pardas,
La madre de la niña sin ventura
De gratitud y de dolor lloraba!

IV
Llegó Andrés a su cueva; vio en lo oscuro
El gastado jergón de húmeda paja,
Y sobre tosca fuente junto al fuego
El humo de las viandas.
-¡Si te queda algún número a la calle!-
La mujer le gritó – ¡La noche es mala
Y no pude vender! – Con ronco esfuerzo
Del niño balbucea la garganta
Ya llena de sollozos. – ¡A la calle!
¡A dormir en los bancos de la plaza!
-¡Estoy enfermo y la ventisca sopla!
-¡A la calle, repito! – Y la giganta
Hecha una furia de cabellos rojos
Dejó al niño y la sombra cara a cara.

Lo que el niño y la sombra se dijeron
Es un misterio aun; tal vez el alma
Enternecida de la pobre madre
Sobre el niño tendió las leves alas.
Lo cierto es que al venir el nuevo día
Los quinteros que entraban
En la ciudad, rigiendo adormecidos
Con mano floja, las carretas tardas,
¡Le vieron con asombro
En el umbral oscuro de la casa,
Lívido, inmóvil, azulado, muerto,
A la confusa claridad del alba!

En la agraciada

(A la juventud universitaria)

¡Aquí fue!… Yo las siento
Aún a las franjas de la insignia fiera.
Sus tres colores desplegando al viento,
Crujir con acre majestad guerrera
La tricolor bandera
Con revuelos de cóndor se mecía,
Y el roce de sus ondas escribía,
En la página azul de lo infinito
Y sobre el ceño adusto de la suerte,
Nuestro vibrante y legendario grito
De «¡Libertad o muerte
La patria estaba aquí con sus maizales,
Con sus ceibos en flor, con la tristeza
Que canta nuestro tordo en los juncales,
Cuando la sombra de la noche empieza!
¡Los Treinta y Tres la vieron, sacudida
Por un sollozo ardiente y convulsivo,
Cuando clavaron la bandera erguida
Sobre la arena del confín nativo!
¡Los Treinta y Tres la vieron! ¡Dulcemente
Iba su cuerpo virgen arropando
En las tres listas del pendón crujiente,
Para morir con el heroico bando
O levantar la soberana frente!
¡La amante acariciada
Por el caudillo de azulados ojos,
Oyó aquí su segunda clarinada!
¡Parten de aquí los fogonazos rojos
Y el choque de los sables de la vieja
Y nativa canción, canción sonora
Que deja en cada planta trepadora
Y en cada cumbre del terruño deja,
Cuando hablan los luceros con la aurora,
El nombre varonil de Lavalleja!
¡Este sitio es el trono inmaculado
De nuestra independencia, compañeros,
Por que aquí nuestros padres han templado
En el río charrúa sus aceros!
¡Este sitio es el pago, la alborada
De los grandes amores revividos,
Toda la historia de la edad pasada.
La santificación de los vencidos!
¡Sobre la costa que la espuma oprime,
Sobre la arena que hacia el río avanza,
La bandera artiguista, la sublime,
Se estremeció de afán y de esperanza!
¡La tinta en sangre desde lo alto al cuño,
La enrojecida en la extensión desierta
De la patria heredad, vuelve al terruño
Soñando en las revanchas de India Muerta!
¡Doblemos reverentes la rodilla
Ante el pendón marcial, cuyos afanes
Viven en las estrofas de Zorrilla
Y en los colore del pincel de Blanes!
¡Tus patricias virtudes acrisola,
Oh juventud, honrando a la cruzada
En cuyas filas épicas tremola
El pabellón ungido en la Agraciada!

-II-
¡Ya de limpios reflejos
El horizonte matinal se llena!…
¡ Callaos y escuchad!… ¡Lejos, muy lejos
El ronco acorde del clarín resuena!
¡Hablan sus rudas notas
De unas banderas que quedaron rotas
Junto al Tacuarembó! — ¡Venga una lanza
Para coser con ella los jirones
Sacudidos por fiebres de venganza!

¡Oh la inmortal, la de los tres listones,
La hecha con sangre y con fulgor de cielo,
La que en los correntinos malezones
Dejó clavada el brazo de Sotelo!
¡Oh la inmortal, cuyo gentil ropaje
Se aroma con perfumes de espinillo,
Cuando se cimbra con furor salvaje
Entre las rudas manos de Andresillo!
¡Oh la inmortal, que escucha en sus mañanas
De Las Piedras la ardiente melodía,
Y creciendo en vigor, himnos de dianas
Oye en Santa María!
¡Oh mi sublime tricolor bizarra,
Que, cuando crujes, el espacio llenas
De armoniosos rasgueos de guitarra
Y sones de chillantes nazarenas!
¡La del ombú rugoso en que se mecen
De las calandrias los cantores nidos,
Y la de las barrancas en que crecen
La cicuta y el saúco confundidos!
¡La del pago, la nuestra, la bendita,
La que amó del blandengue las miradas,
Y la que el soplo de la tarde agita
Sobre el trébol en flor de las lomadas!
¡La enrojecida desde lo alto al cuño,
Ve a buscar a las huestes imperiales,
Y vengando a los muertos del terruño,
Circúndalos de dianas inmortales!
¡Sarandí es el poema
Del lazo en lagarganta
Y el sable en el riñón!… ¡Con la diadema
De su soberanía se levanta
La patria en Sarandí!… ¡Cuando cargamos
Enrojeciendo el filo y la llorona,
En el parque imperial nos encontramos,
Oculta en un armón, una corona!
¡Después del galopeo febriciente,
Madre y señora, tu legión triunfante,
Sobre el moreno cutis de tu frente
Puso aquella corona centelleante
¡Guárdala bien y al fin de la jornada,
Cuando detengan sus enormes giros
Los mundos de la atmósfera incendiada,
Haz que de Dios la encuentre la mirada
Con tesoros de luz en sus zafiros!
¡De Ituzaingó los roncos atambores
Marcan el fin de la ascensión! Subieron
Crujientes las banderas tricolores
Y el rojo cuño en la montaña hundieron!
¡Aun que con furia el viento las golpea
No habrá quién de la cumbre las derribe,
Mientras la gloria entre sus pliegues lea
Los nombres de textura ciclópea
De Trápani y Colmán, Rojas y Oribe!
¡Entre aquella mortal fusilería
Y entre aquella fragosa clarinada,
Los Treinta y Tres vocearon todavía
El lema del pendón de la Agraciada!
¡Por ese augusto lema defendidos,
Madre y señora, están tus gramillares,
Tus aromos con música de nidos
Y tus corrientes con hervor de mares!
¡Por las virilidades de ese lema
Defendidos están los montes tuyos,
Y el jazmín de tus huertos que se quema
Cuando sobre él se acoplan los cocuyos!
¡Ese lema defiende las quebradas
Lomas que ondulan en los versos míos,
Y defiende también las enramadas
Que sombrean los patrios rancheríos!
¡Ese lema, cruzando las edades,
Con hechizos de magia y de conjuro,
Defiende la labor de tus ciudades.
Que son las prometidas del futuro!
¡En el nombre de Dios, madre y señora,
Para labrar la urdimbre de tu vida
Yo te abro los telares de la aurora;
Haz con la luz en ellos esparcida
Alas para subir, mi tejedora!
¡Trenzando de la luz las gentilezas
Y sobre el huso doblegado el pecho,
Forja, madre, con íntimas ternezas
Los oros del trigal y del derecho!
¡Pon el rubí de todas las verdades
En el bruñido puño de tu espada,
A fin de que mantengan las edades
Lo que hizo la legión de la Agraciada!

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Gabriela Mistral  – Amo amor

Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
¡le tendrás que escuchar!

Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
¡lo tendrás que hospedar!

Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.
No te vale decirle que albergarlo rehúsas:
¡lo tendrás que hospedar!

Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabio, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:
¡le tendrás que creer!

Te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
¡que eso para en morir!

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Donaciano Bueno Diez

Donaciano Bueno Diez

Editor: hombre de mente curiosa, inquieta, creativa, sagaz y soñadora, amante de la poesía.

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