AMIGO DE MENTE PEREZOSA [Mi poema] José Gutierrez Román [Poeta sugerido]
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MI POEMA… de medio pelo |
Amigo mío de mente perezosa, Los mismos chopos que adornan la ribera El viento sopla cual fuera inexistente Ahora el cielo a la noche va acercando, |
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: José Gutierrez Román
Temblor esencial
Acudo con mi madre a una consulta de neurología.
Desde hace algún tiempo
le tiemblan más las manos. Las levanta:
sus dedos tintinean en el aire
tocando alguna música incierta
que yo imagino llena de recuerdos.
¿Cuánto creo saber sobre su vida?
Quizá no sepa nada, o quizá sí,
y por eso me llena de ternura
ver cómo intenta controlar el pulso.
Me fijo en la doctora, aún es joven.
Sus manos son bonitas y sus gestos pausados.
Tras llevar a cabo unas cuantas pruebas,
emite su diagnóstico: temblor esencial.
Así se llama, y con lenguaje claro
nos explica sus síntomas.
Por un momento dejo de escuchar.
Me acuerdo de las veces que sentí
que todo era intemperie, y de repente
el temblor esencial me invade:
ahora sé que siempre estuvo ahí,
en mis padres, en mí, como una herencia
que nadie quiere reclamar
por miedo a que la deuda sea inmensa.
Nos viene de muy lejos.
Al salir de la clínica,
le repito a mi madre lo que ha dicho la médica,
que no debe preocuparse.
Añado que no hay nada en esta vida tan esencial
como el temblor.
Y ella me mira con curiosidad,
como si sospechara que esa frase
va a formar parte de un poema.
España, aparta de mí este trauma
Los hay que te pronuncian con ardor.
Esconden tras de ti un orgullo vano y pueril,
pues sienten que tu sola voz
da sentido a sus vidas.
Otros, en cambio, tratan de evitar tu nombre.
Te llaman «el Estado», o cualquier otro eufemismo.
Temen que su santísima y pura identidad
se desintegre por el simple hecho de nombrarte.
No sois capaces de llamar a España
sin dar arcadas o sin tener una erección.
Son solo eso, seis letras.
Un nombre propio. Punto.
El problema de España
quizá sea un trastorno del lenguaje.
A este país le hace falta un logopeda.
CLAVO
Permanece ahí, anclado en la pared,
ajeno por completo a mí.
Forma parte de vidas ya pasadas,
gentes que le otorgaron la misión
de sostener un cuadro, una vitrina
o quizá algún perchero.
Desconozco por qué motivo
sigue clavado aquí,
pero puedo entender su voluntad
de persistir sujeto al muro,
inmutable en su empeño.
Creo saber a quién me recuerda esa fe
de metal oxidado
que, aun sabiéndose inútil,
se aferra con tesón
a lo que un día fue su vida.
CENTRO DE SALUD
Ahora voy al centro de salud
que estaban construyendo
hace unos cuantos años,
cuando tú y yo solo éramos dos adolescentes
que se arrullaban tras sus obras.
Ahora tengo el doble de la edad que tenía entonces,
es sólo un hecho, nada más.
Sentado al borde de mí mismo,
exploraba tu cuerpo con ternura
e indecisión.
—Toso mucho —le digo al médico—,
no dejo de toser —recalco.
Y mientras se lo cuento,
descubro desde su ventana aquel jardín
donde tú y yo nos auscultábamos.
—Respira hondo —me pide.
Y a duras penas,
con el pecho encogido, tomo aire.
OTRA VUELTA DE TUERCA
Para Pilar y Heli
Cuando me paro a contemplar mi estado
GARCILASO DE LA VEGA
Cuando me paro a contemplar mi estado
y veo cuántos años me han caído,
pienso que, de las cosas que se han ido,
no es mi vida el objeto más preciado:
lo mejor que viví me fue entregado
por otras manos hechas con olvido.
Si algo pudiese al fin salvarse, pido
que sea lo que alguna vez he amado.
He ahí todos los bienes de mi hacienda.
Que el tiempo haga una pira con el resto,
y que al arder mi recuerdo desprenda
el humo tenue de un final modesto.
Os dejo escrita aquí mi pobre ofrenda:
palabras que quisieran decir esto…
EL DESCANSILLO
en memoria de David Lorenzo Magariño
Han llamado a la puerta.
Me asomo a la mirilla antes de abrir,
y allí están otra vez el niño estrábico,
también ese muchacho adolescente
—desvalido y a veces cruel—,
el joven que pensaba que la vida
era un regalo para él sólo
y todos esos otros que en alguna ocasión
respondieron por este mismo nombre.
Habitan tras la puerta,
en ese descansillo de la edad que es la memoria.
Hace años que recibo sus timbrazos
a horas intempestivas.
Cada vez vienen por aquí con más frecuencia
y sus rostros, quizá debido al efecto de la lente,
parecen deformados.
Nada les hace desistir.
Esperan que algún día
abra por fin y les compense
por todas esas vidas que me fueron prestando.
Pero yo siempre finjo estar ausente,
y de manera silenciosa vuelvo a lo mío,
que es recordar lo suyo.
SENDERO
para Diana Alonso Delgado
Te nombro.
Conjugo unos sonidos
que invocan tu presencia.
Sin estar, has venido,
y sin marcharte,
desapareces.
Es tan sólo un momento,
casi humo de lenguaje,
como si un dedo tuyo
me cerrase los labios
cuando voy a decirte.
Algo de ti se queda anclado
en el aire que aún respiro.
Algún pedazo de mi voz
se enreda entre tus sílabas.
Ningún enigma encierra
un hecho tan trivial como éste,
lo sé
y no por ello desmerece el milagro
de que tan sólo un nombre, el tuyo,
logre reconciliarme
con la palabra,
con el deseo de querer
pronunciarte a escondidas,
feliz de haber hallado
en esas cinco letras el sendero
que me lleve hacia ti.
ABUELO INDIO – Carlos Alberto Artayer
No creas que me avergüenzo de tus pómulos,
de la dura talla de tu boca.
Tus manos me vienen a los labios
olorosas de tanino fresco;
entonces, tu sonrisa se abría de mi nombre
y olía a pino cuando pronunciabas “nieto”.
Porque eras carpintero, pero no de cualquier modo
de tu mano junto al mueble se crecía
el escultórico perfil de la guitarra
y al pulsar sus resonancias
era tu propio corazón el que sonaba.
En las pulidas noches del verano
tus manos de escoplo tallaban la morosa cadencia
de la zamba; yo era, entonces, un pájaro sin dueño
que en el cuenco sonoro de tus manos
volvía por tu piel hacia la raza.
Y ya eras entonces, abuelo guitarrero;
pero no de cualquier modo; era fácil escucharte
y entender tu linaje de cielo abierto y pampa.
Por eso, no me avergüenzo de tus pómulos,
de tu memoria americana, y aquí te nombro otra vez,
abuelo indio, mirándome en tu piel que no descansa,
historia de un taller en que buscaba
la tesitura aluvional que nos signaba.
Y qué fácil entender tu sangre absorta
cuando asciende por mi sangre tu guitarra.