LA FÁBULA DEL PASTOR Y LA LUNA [Mi poema]
Francisco Garamona [Poeta sugerido]
Francisco Garamona [Poeta sugerido]
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MI POEMA …de medio pelo
Mirando a las estrellas y a la luna
aquel pobre pastor se preguntaba,
si acaso era sujeto de fortuna
al ver tan alto el cielo como estaba
y así gratis total desde la cuna
a él y a su rebaño le alumbraba.
Que en casa si algo luz quiero tener
primero de un candil me he de agenciar,
aceite y un cordón para encender
cuidando venga el viento y no apagar
diciendo adios amigo hasta más ver,
y enciende otra cerilla sin parar.
Contar tantas ovejas que hoy yo tengo
sin luz hubiera sido ardua tarea
así que sé cuidar y las arengo,
los perros correteando en la pelea
a oscuras si desmandan no detengo
ni puedo sujetar con mi correa.
Ignora quien la luna hizo y la puso
tan alta que así nadie se apropiara
pudiendo disfrutar de ella haciendo uso.
Quien fuera que lo hiciera si pensara
que el hombre si pudiera haría abuso
y solo para si se la quedara.
©donaciano bueno
Los #nacionalistas creen que el sitio en que han nacido les #pertenece ¡qué ilusos! Share on X
Una muestra de sus poemas
MI POETA SUGERIDO: Francisco Garamona
La vieja lengua
Suena la vieja lengua,
la lengua de esos muchachos y muchachas
ahora que ya no puedo oírla más.
Suena la vieja lengua,
aquella de los chistes tontos y las frases,
la misma que contenía los rudimentos
de nuestro intenso aprendizaje.
Era el tiempo de las lilas,
de las violetas muriendo en nuestras manos…
Cuando todavía nos sentíamos juntos,
capaces de enfrentar cualquier destino.
Las lentas campanadas repartían la tarde,
y el atardecer prometía las premuras de la noche.
¿Qué pasó que ahora ya no puedo oírla más?
Era dulce y áspera. Era muy dulce, ¿pero qué decía?
Una mochila, pequeña, cuadrada,
hecha para que la lleve una chica siempre
subiendo y bajando de autos veloces
y muchos otros medios de transporte,
recorriendo las provincias, buscándose.
Un papel doblado en ocho pliegues,
indiferente a lo que le escriban encima.
Una capa hecha con un mantel de hule
que da calor pero que sirve
para cubrirse de la lluvia.
Yo te llamo, repito tu nombre entre mis labios…
Soledad del burro que se aplasta un rato
doblado sobre el sueño.
Tendrán un amigo tus ojos como niñas
aferradas de pie contra una valla,
detrás de la montaña inmóvil
cubierta por la nube transitiva,
tendiéndome sus manos simplemente
para que crucemos juntos esa calle.
A trescientos metros de acá,
sobre la calle Viel,
un rayo cayó de golpe
y dejó un árbol fulminado.
Ya no se sientan los hermanos
bajo su sombra fresca
donde movían las manos, los pies,
los hombros, torpemente,
hacían muecas, se arrastraban
y volvían a su casa sucios
para contarles a su madre una mentira
siempre tonta, incomprensible
mientras ella en la ventana
se sentía cerca y lejos.
Qué rompehuevos los hijos
tras los nidos de jilgueros
munidos con sus gomeras
apuntando entre las ramas
o cada noche en sus camas
abrigados o desnudos
según la estación que hiciera.
Los niños tienen huesos,
cartílagos, tendones,
pulmones llenos de aire inmóvil
y un pequeño corazón.
La madre en sus pensamientos
a veces se pregunta
qué es lo que debe pensar.
(Ahora, una nota del autor:
“Chicas no tengan hijos
salvo que estén muy seguras
y también llenas de coraje
para quedarse solas,
los hombres huyen
en un barco,
en una moto,
en un motivo.
Nunca dejan de ser niños.
Y sabemos que no hay nada más egoísta que ellos.”)
Mamá, mañana vamos juntos
pero vos cruzá sola
que te miramos de enfrente.
En la pianola del bar tocan tu tema favorito.
Estás tan vieja y chiquita
que cuando te mueras
meteremos tu cadáver
en un cajón de manzanas,
tus frutas predilectas siempre.
Mamá, mami, mamita,
¿que vamos a hacer cuando no estés?
Si nunca aprendimos a estar solos.
En una rajadura del cemento
crece un gladiolo,
¿es flor macho o es flor hembra?
Marcos, Federico, Jonás,
vuelvan a casa temprano,
que la tarde está re oscura.
Pongamos la mesa juntos
ya está la sopa cocida.
Y hay papas californianas,
y mucho puré chef.
La belleza de la vida igualará la de la muerte.
La belleza de la vida igualará la de la muerte.
Si volviera a nacer elegiría lo mismo.
Si volviera a nacer elegiría lo mismo.
Piensa el joven mongol en una frágil cocina
al aire libre, entre nubes de mosquitos
que lo pican en los brazos. Una noche de calor
se entrevé en las marismas de la tarde.
En los campos próximos hay historias
de esclavismo entremezcladas con historias
de obviedad. ¿Pero no serán casi lo mismo?
La lámpara que cuelga de un cable
se mueve bajo el agua y el viento.
Es una lluvia de verano y vos estás cansado.
Hay una chica que se duerme
envuelta en una manta rosa…
Ay, tantas cosas que olvidé,
pero igual me digo que recordarlas
es parte de lo mismo.
Porque muchas situaciones se entremezclan…
Estos meses pasan de costado,
se persiguen sin llegar a lo que son,
pura estación, pura semilla
que pronto plantaremos en un patio.
Siempre pienso en árboles que tiemblan
fijos en la vecindad de otras especies.
Hoy un amigo me hablaba de un caballo
que era suyo y él había criado
y que se murió en el campo, levemente
como un mueble que se pudre resistiendo su templanza.
Pienso en ese caballo, triste, amiga,
y creo que no hay otro animal ahora
que descifre con nosotros lo que quiera
porque el también fue abandonado
por una vieja tropa que no supo quererlo o valorarlo.
¿Y qué podemos decir de nosotros esta vez?
Que la manta era de seda y que por ella
corría un soplo inextingible de animal muy perezoso
que se mecía para hacerte perder lo que tenías,
lo que guardabas de un miedo original,
sí, suave y tremendo, invalidado
en la parte de sombra de esas ramas
que iban a señalar tu valentía.
Marcia tomó un vino barato que le pintó la boca
de morado. Se limpió con una servilleta imperial
que estaba sola como ella.
La vimos por la ventana siempre limpia del estío,
escuchamos su risa inolvidable.
Pero nos fuimos los dos imperturbables,
tratando de robar una pala
para enterrar nuestros secretos.
(El caballo desnudo se había plegado en un helecho).
Sí, ya sé amor, hace frío en el polvo
que pronto será del aire otra substancia
en los frentes de las casas que nunca habitaremos.
Ahora te digo que con la piel de ese caballo
yo podría si querés hacerte un buen sombrero,
para que me ocultes la mirada.
Porque no quiero ver cuando tus ojos
descubren todo lo que nos separa.
De Perdido en el nevado de Edit. Juan Malasuerte